La máscara se había adherido al propio rostro, casi dormía
con el disfraz puesto y había cerrado con tantos candados la puerta de la
habitación de sus reales sentimientos que ahora resultaba imposible deshacerse
de las cadenas. A día de hoy no
encuentra las llaves, las ha perdido, y cuando recuerda el extravió llora sin cesar, pero llega un momento en que
las lágrimas se secan y tan pronto como eso ocurre olvida todo.
La histeria se apodera de ella una y otra vez, la convierte
y la transforma en algo desagradable y horrible, por eso usa disfraces y
máscaras, por eso engaña a cuantos y cuantas se acercan a ella, por eso solo conserva el nombre de la niña con
sentimientos puros y claros que fue alguna vez, hace mucho tiempo.
A salido de compras, tiene que complementar su próximo
personaje a imitar, así que cierra sus maquillados ojos y se concentra en
pensar quién le apetece ser, todo está a su alcance.
¿Seré un hombre, una mujer o un gato? Mujer, pero felina,
con toques masculinos, y me tocará amar a un hombre que sea medio lobo, sin
duda ha de pertenecer al mundo de las fieras, si no el disfraz de esta noche no
servirá para nada.
Se aparean las criaturas de la noche y a la mañana siguiente
despierta ella en la misma cama que él, y solo recuerda vagamente como llegó al
acto final con este hombre que mal descansa a su lado. Pero ella está desnuda,
y de esa manera se siente vulnerable, es su piel realmente lo que está viendo y
tocando, no puede ser, de ninguna manera será, día nuevo, disfraz nuevo.
Hoy le toca ser soñadora, entusiasta, romántica, positiva,
profunda, reflexiva, le toca descalzarse
los zapatos de tacón por un calzado más cómodo que la haga sentir humilde y
natural.
No se da cuenta que esa tampoco es ella, es el disfraz de
ese día, se ha recogido el pelo para parecerse a Ella, Ella es el personaje
positivo de hoy, el de ayer era corrosivo, el de hoy no lo es, pero el espejo
sigue sin reflejar nada.
Se despide rápido de esa persona, esa persona se despide
rápido de ella, y se marcha a la calle, a disfrutar del sol, del paisaje de su
ciudad que es tan artificial como ella, realmente no tiene sentido llamar
paisaje a las vistas de una ciudad.
Se sienta en un banco, echa millo a las palomas y le sonríe
a un niño que pasa por su lado con un dedo en la nariz mirándola descaradamente. La mirada positiva que le
dedica al cálido día no es real, tiene una resaca de campeonato, no puede ser
posible que el sol no la moleste ni altere su estado, la sonrisa que le regaló
al niño tampoco es real, normalmente molesta mucho que un niño te examine de
arriba abajo hurgándose la nariz, pero el papel de Ella dicta que ese es el
comportamiento, ese debe ser el sentimiento.
Más tarde llega a su piso y tras cerrar la puerta de la
calle la máscara se le cae al suelo. Su perro ha mordido el sillón y ha roto el
jarrón chino que tenia en la mesita del teléfono, sabe que Ella recogería los
destrozos y castigaría sin más al travieso animal con no salir de paseo, pero
la rabia se apodera de su mente, bloqueándola y haciéndola abandonar ese
disfraz, así que opta por desquitarse. Enrolla un periódico y golpea al animal
varias veces hasta que este llora y huye despavorido, después lo encierra en
una pequeña habitación donde por cierto hace bastante calor. El animal está
pagando la nueva transformación del monstruo, qué le tocará ser ahora a su
dueña, impaciente espera que se plante ante él la muchacha cariñosa y atenta
que suele ser, da igual el nombre de ese personaje, lo importante es que se
enfunde en esa piel a menudo.
Dicho y hecho, lo encerró un diablo y lo libera un ángel,
que le abre la puerta con un plato de comida en las manos, lo llama
cariñosamente y lo colma de besos y caricias una vez este se acerca a ella.
El perro come y empieza a olvidar el arrebato de su siempre
cambiante dueña, y mira como se aleja esta por el pasillo moviendo bruscamente
la cabeza, sufriendo leves espasmos. Los ojos humanos no lo ven pero es lo que
realmente le está pasando, la otra personalidad no tardará mucho en aparecer.
Siente nauseas, no sabe que le pasa, coge un porro de
marihuana que había liado anteriormente y se lo fuma para ver si consigue
relajarse, siente que el peso del universo está colgando de sus hombros, es
mucha la tensión acumulada en su espalda, qué sucede.
El efecto del porro la conduce a mirarse en el espejo y
juzgarse, se mira de frente, de perfil, de espaldas, se coloca de puntillas,
recoge la melena con sus manos, la suelta, se inclina, se endereza, pone
morritos, sonríe, se pone seria, saca la lengua de forma simpática, también de
manera insinuante y termina llorando. Llora porque no sabe de qué sirve ser
bonita, sexi u horrorosa si no tienes claro a quién quieres gustar, porque desde luego a si misma no se gusta
nada en ese momento.
El momento del llanto vuelve a ser revelador para ella, se
siente nuevamente humana cuando lo hace, es liberador, pero es tan escaso, son tan pocas las
lágrimas que caen de sus ojos y desaparecen tan rápido que apenas puede disfrutar
momentos de intimidad consigo misma, el monstruo está siempre alerta para
taponar todas sus emociones, vendarle los ojos para que la verdad siga siendo
su desconocida, y empujarla al laberinto de personalidades para que siga
sufriendo por no encontrar la salida.
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